30 de novembre del 2013

¿edificios representativos sin uso adecuado?

Ruta por el patrimonio amenazado : Decenas de valiosos inmuebles de la capital están en peligro por el abandono de las instituciones, rehabilitaciones fallidas o negligencias privadas

Álvaro de Cózar, El País. Madrid, 29 Noviembre 2013

El palacio de la Equitativa, antigua sede de Banesto, uno de los edificios singulares del entorno de la plaza de Canalejas. ÁLVARO GARCÍA

En noviembre de 1998, un lector del Abc envió una carta al director del diario en el que felicitaba al Ayuntamiento de la capital por comprar “a sus respectivos propietarios tres emblemáticos edificios de Madrid que estaban en estado ruinoso: el colegio de los Escolapios de San Antón, la casa de los Duques de Sueca y el palacete de Iván de Vargas”. Consideraba el lector que, con su compra, la Administración pública los había salvado de su ruina y lamentaba que no se hubiera hecho lo mismo con el hospital Homeopático, en la calle de Eloy Gonzalo. Las cosas salieron al revés. Los tres edificios comprados entonces tuvieron o tienen todavía muchos problemas. El colegio de los Escolapios de San Antón en la calle de Hortaleza sufrió un largo periodo de abandono desde 1988 y fue finalmente demolido —a excepción de las fachadas— para acoger la actual sede del COAM.

La Casa de Iván de Vargas fue cedida por el Ayuntamiento a la Fundación Nuevo Siglo, que la demolió en 2002 para edificar en su lugar una réplica sobre la que se pegaron los antiguos escudos como si fuesen sellos de correos. Y el palacio de Sueca sigue abandonado y sin uso a la espera de una restauración siempre postergada, y fue declarado en ruinas parcialmente este mismo año por el mismo Ayuntamiento. El edificio que no compró el Ayuntamiento, el hospital Homeopático, de 1874, fue restaurado en 2009 y se encuentra en uso. La historia de aquella carta la contaba hace unas semanas Alberto Tellería, miembro de la plataforma Madrid, Ciudadanía y Patrimonio.

El arquitecto hablaba a toda velocidad a un grupo de periodistas que hacían un recorrido en un microbús por la zona roja del patrimonio en la capital, aquellos lugares históricos camino de la ruina o abandonados a su suerte. Y recurría Tellería a la carta del lector para criticar que sea precisamente el Ayuntamiento de la capital, supuestamente el encargado de velar por el patrimonio de la ciudad, el que más se desentienda a veces de su suerte. “El diálogo puede llegar a ser más fácil cuando hablamos con los propietarios privados. Con el Ayuntamiento es a veces muy complicado; entre otras cosas, porque cambian a los responsables continuamente”, comenta Tellería.

El minibús arranca muy cerca del Frontón del Beti Jai. No todo el que pasa por el número 7 de la calle del Marqués de Riscal sabe que detrás de esa red verde que apenas deja ver la fachada se encuentra uno de los edificios más interesantes y ocultos de Madrid. Fue construido en 1894 y se trata del único ejemplar de frontón industrial de esa época conservado en España. Sobre él recae la mayor protección que puede tener un edificio, su catalogación como Bien de Interés Cultural, concedida en 2011. Mientras el Ayuntamiento y los propietarios discuten en los tribunales por la cantidad que ha de pagarse para que pueda expropiarse, el edificio empieza a tener serios problemas para mantenerse en pie. Dos últimos hundimientos en el techo registrados en las últimas semanas amenazan su estructura, si no se pone remedio urgente.

El vehículo enfila hacia Alonso Martínez y de ahí a la calle de Mejía Lequerica. Los muros no dejan ver bien los jardines del palacio de Ustáriz, del siglo XVIII. Aunque ya no hay demasiado que ver allí, pues ya sólo se conservan algunos árboles en un estado lamentable, según cuentan los miembros de Madrid, Ciudadanía y Patrimonio. Lo valioso, las escalinatas y las yeserías decimonónicas, están en su interior. Se habrían llegado a conocer si el proyecto para hacer un hotel allí hubiera cuajado, pero la conexión madrileña con la Operación Malaya hizo que el proyecto se parara.



28 de novembre del 2013

'mi ciudad, a la venta'

martes 8 de octubre de 2013
publicado en Una nueva pedagogía por Andrés Martínez


A menudo despreciamos la capacidad que tiene la arquitectura de hacer política. Quizás es sólo debido a que es un discurso que se otorgan, casi en exclusiva, una serie de arquitectos a los que, en mi modesta opinión, no vemos hacer ni lo primero (política), ni lo segundo (arquitectura). No voy a ser yo el que desmonte ese castillo de naipes que flota en torno a los proyectos curatoriales, loshappenings, o las instalaciones efímeras: para eso ya está el gran Fredy Massad (FM), que no deja pie con bola al escribir, por ejemplo, De esta manera no, Motivos personales, o La desobediencia debida.


Pescado recién descargado en el muelle de Baleares (foto cortesía PF, Otoño13)

Nunca frívolo, siempre serio, a cada vez valiéndose de un arsenal de argumentos, FM destripa como un cirujano las trampas de esa aparente modernidad que se esconde detrás del cascarón, y que no denota otra cosa que las últimas bocanadas de una cultura dirigista, dirigida, y de falsa rebeldía. Defiende, frente a ello, la seriedad de la crítica (como la que él practica) como parte complementaria e indisociable de la práctica y cultura arquitectónicas. Simpatizo y disfruto con él y sus polémicas, que me recuerdan a algunas de las más sonadas que tuvo el también grande Ignacio Echevarría con escritores contemporáneos de dudoso talento (desde luego menor que el suyo), y siempre en defensa de la importancia de la crítica; en su caso, la literaria.

Yo creo que política se hace no con happenings ingeniosos encerrados en salas de exposición y dedicados a llamar la atención de los focos, sino, como casi todo en nuestra profesión, saliendo a la calle, y mediante el hecho construido: ya quiera decir esto ensamblar materiales en una fachada orientada a mar, o abrir una calle nueva en un casco antiguo denso e infecto...

Cuento todo esto porque he asistido muy contento a la polvareda de discusiones que ha levantado entre nuestros alumnos un enunciado, el de este curso, que tomamos en sus inicios como bastante inocuo: la recuperación y transformación, para potenciar su uso original (la pesca, y todo lo que gravita en torno a ella) del viejo muelle de Baleares del puerto de Barcelona. Un muelle que resulta estar, para su fortuna y desgracia, en el epicentro de todas las fuerzas de destrucción que pesan sobre esta ciudad, y es buen testigo del duelo que, a pesar de muchos, consigue mantener contra los intentos de expolio a manos privadas, de convertirla en un monocultivo turístico.

Dudábamos de la capacidad de un puñado de viejos barcos de pesca sin pintar, de una lonja que se cae por el óxido, o de una pila de cajas de pescado azul apresado al amanecer, de plantar cara a los planes (vergonzosos) de convertir el puerto antiguo en una sucesión de marinas de lujo para atracar yates de multimillonarios (la última fase, ésta de la Bocana Norte). Tampoco estábamos seguros sobre si incorporar al muelle el flujo de turistas que podrían llegar prolongando la Rambla de Mar acabaría definitivamente con su esencia (mantenida hasta hoy sólo por su condición de península aislada) o podía servir de excusa para recuperarlo como el espacio de contacto con el puerto que le falta a su barrio de toda la vida: la Barceloneta.

Tras mucho debate, parece que se impone la idea de que no todo está perdido en la lucha contra esos intereses anti-ciudadanos (sólo el hecho de que se plantee la duda, ¿no nos dice ya lo grave que es la situación?) y que como arquitectos tenemos mucho que decir, y bastante que proponer, para que esta tendencia se invierta. Porque, ¿no es todo, al fin y al cabo, política? ¿No ha llegado nuestro momento —como profesionales; pero también como ciudadanos— de usurpar el debate político (que nunca debimos perder) a una casta (gigante en su tamaño) que sólo vela por sus intereses y los de quienes les financian? ¿A una cultura afin que no hace más que bailar a su ritmo?


22 de novembre del 2013

'la sorprendente resiliencia económica de nuestras ciudades'

Ramon Marrades


(uso lúdico del espacio público / ANDREA SERRA)

"Me pregunto si hay alguna relación entre la trama urbana, sus patrones de uso, y la resiliencia urbana a las crisis económicas; si es posible que la ciudad mediterránea tenga características físicas y económicas que le permitan ‘sufrir’ mejor dichas crisis.

Es relativamente sorprendente que la cohesión social -suma de convivencia pacífica y algún tipo de sentimiento de pertenencia- se mantenga a pesar de que las disparidades económicas se ensanchen: pensemos en las brechas generacionales o en el gap entre insiders y outsiders del mercado de trabajo. ¿Cómo es posible que con una tasa de paro superior al 25% y un desempleo juvenil mayor del 50% no estemos, literalmente, en las barricadas? ¿Cuál ha sido el papel de nuestras ciudades evitando el resurgir de la extrema derecha? Es evidente que hay algunos elementos estructurales que hacen que en términos agregados nuestra sociedad pueda soportar cotas altísimas de sufrimiento económico.

Quiero plantear una hipótesis que me parece sugerente, es posible que algunos de los indicadores de la dramática situación económica nos hagan, ex post, más resilientes a la mismas. Señalaré dos elementos: el diseño urbano denso y complejo y la manera como se sustenta la desigualdad generacional.

A pesar de que en España hemos doblado la cantidad de terreno urbanizado en el período anterior a la crisis, creando algunos barrios segregados e incrementando los costes medioambientales, el diseño urbano es en general consistente. Los barrios centrales y de primera corona (Russafa, Gràcia o Lavapiés) siguen mostrando una gran diversidad de usos y un aparente mix socioeconómico. La pura convivencia elimina factores irracionales de ‘rechazo al otro’ que son caldo de cultivo para el surgimiento de la ultraderecha. La consistencia de la trama urbana, que permite desplazamientos peatonales y movilidad blanda -muchas veces a pesar de algunas políticas públicas- tiene efectos directos en la felicidad del personal. Éste estudio demuestra que una persona que dedica una hora diaria a desplazarse debe ganar un 40% más que otra que puede ir caminando al trabajo, para mostrar los mismos niveles de satisfacción con la vida. A la inversa, si existe ese tradeoff, la relativa densidad de nuestras áreas urbanas hace que podamos soportar niveles de ingresos bastante inferiores. Charles Montgomery explora en The Happy City la intersección entre urbanismo y felicidad. Sus ejemplos se parecen mucho a lo que podemos observar cada día en el Jardín del Túria de Valencia, un espacio compartido, de movilidad, de actividad y, claro, de felicidad.

De la desigualdad generacional he hablado en este medio. No me cabe la menor duda de que es uno de los grandes dramas del presente. En esencia parece que una generación ha mantenido, a grandes rasgos, su estatus socioeconómico a costa de la precarización de sus hijos. La argamasa social se sustenta a través de prestaciones informales vía familia (básicamente de padres a hijos). Esta situación de dualidad tiene un doble efecto: es cierto que condena a la inseguridad económica a toda una generación joven pero, al mismo tiempo, la generación mayor, la de los insiders, se puede permitir mantener de forma informal a la otra. Sé que suena un poco retorcido, pero a través de estas transferencias se paga gran parte de la emigración joven, el emprendimiento que encubre precariedad, la eternización de los estudios etc. ¿Sería deseable que se redujese la dualidad haciendo innecesarias estas transferencias de renta? Sin duda. Pero debido a la falta de ‘conciencia de grupo’ de los jóvenes parece que la solución actual funciona mejor en términos de cohesión social que una pérdida neta de renta más equilibrada."


Ramon Marrades es economista urbano y emprendedor social.

11 de novembre del 2013

montaje como proyecto: Ignasi de Solà-Morales

Ignasi de Solà-Morales defiende en este artículo la capacidad del arquitecto para proyectar con material que no ha sido específicamente creado por él. Una postura que aceptamos cuando el objeto de reflexión es la ciudad, pero que todavía tiene detractores cuando aborda la escala del edificio.

(vía arq+his)

(Serguéi Eisenstein en pleno montaje, un segundo antes del colapso) 

"La obra arquitectónica en la época de su reproductibilidad técnica" (extracto)
Ignasi de Solà-Morales
Diferencias. Topografía de la arquitectura contemporánea. Barcelona, 2003

Montaje como proyecto significa que el arquitecto no es autor material de ninguno de los múltiples aspectos que ocurren en la materialización del proyecto arquitectónico. De la misma manera que el director de cine no tiene por qué ser el responsable material ni del vestuario, ni del guión, ni de los escenarios, ni de las tomas de cada secuencia, tampoco el arquitecto tiene un papel más privilegiado en las decisiones de implantación, volumetría, estructuras, cerramientos o materiales de revestimiento. 

Todas forman parte de la difracción técnica del objeto arquitectónico, ninguna puede ni debe tener un papel principal o decisivo. Sólo el montaje, la artificiosa, fatigante y conflictiva reunión de todos ellos es decisivo. Una reunión que jamás puede llegar a ser un Gesamtkunstwerk –la feliz reunión de todas las artes y de todos los oficios– sino únicamente la trabajosa articulación de diseños, decisiones espaciales, componentes, etc. Que todo se decida en el montaje no quiere decir que la obra –cinematográfica o arquitectónica– deba ser anónima, irrelevante, falta de significado. 

Todo lo contrario. La importancia que Walter Benjamin da al montaje tiene que ver con la entusiasta recepción que el filósofo había hecho de la experiencia contemporánea de la cinematografía rusa. 

De la misma manera que en Serguéi M. Eisenstein, el plano y la iluminación, la música y el cromatismo del film blanco y negro no son más que componentes de una obra en cuyo montaje están todas las decisiones capitales del guión, también en la arquitectura actual el momento decisivo está en la habilidad y astucia con los que el arquitecto monta las contribuciones de todos los operadores a través de la ficción completa del edificio en el espacio y tiempo del proyecto. 

Un proyecto que, por definición, es un instrumento técnico que permite la reproducción de la obra arquitectónica después de que ésta se haya montado por primera vez en el espacio virtual y ficticio del proyecto: un conjunto de protocolos elaborados en oficinas profesionales a las que muchos, no por casualidad, llaman estudios".

(Los actores de "..Potemkin" tomando sol en la célebre escalinata de Playa Bristol) 

Artículo publicado originalmente en: Lotus Internacional, 71, 1972, pag 129-131 

(vía arq+his

4 de novembre del 2013

turning Detroit into farms and forests

(via nextnature.net)
(images by 100abandonedhouses)

Encompassing an area of over 138 square miles, Detroit has enough room to hold the land mass of San Francisco, Boston, and Manhattan Island, yet the population has fallen from close to 2 million citizens, to most likely less than 800,000. With such a dramatic decline, the abandoned house problem is not likely to go away any time soon.


The story of Detroit is a familiar one for anyone living in the so-called rust belt of the USA, where the once-mighty automotive manufacturing industries have left many towns and cities shadows of their former selves. Now bankrupt, Detroit’s population has halved over the last fifty years. No one actually knows just how many buildings are abandoned, but it is estimated at over 1/3 of all structures. In the midst of this urban decay, farming has started to fill the hole left by industry.


Local businessman John Hantz just bought 600,000 square meters of land from the city of Detroit with an option to buy an additional 700,000, promising to demolish all the existing (abandoned) buildings, clean up the land, and plant hardwood trees. The Bank of America announced plans to demolish 100 homes and donate the land to urban agriculture. They’re not alone, as other small-scale urban farmers are adapting what’s left of the city to meet their needs. Detractors are quick to point out that urban farming will never be a large-scale, mass-produced operation that could compete with big agriculture, but urban farmers have a different goal in mind. Greg Willerer of Detroit says that he isn’t trying to save the world, just to save his city.




“For all intents and purposes, there is no government here,” says Willerer. While Detroit’s story is unique for now, the finances of other similarly affected cities may mean that the Motor City won’t be alone in its misery for long. Detroit’s urban farmers are helping to make the city more self-sufficient even when its own government has given up.


(via habitar)