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21 de desembre del 2014

urbanismo precario

"No lo llaméis urbanismo emergente, llamadlo urbanismo precario"
Ramon Marrades, La ciutat construïda, El Diario de la Comunitat Valenciana
12 diciembre 2014

Urbanismo precario / Ramon Marrades

Las razones son múltiples: la eterna crisis, la esclerosis del planeamiento urbano, la reconfiguración del mercado de trabajo, la reacción democrática de la ciudadanía ante unas instituciones disfuncionales. Las ciudades vuelven a ser lo que siempre han sido, el epicentro de las transformaciones políticas y las innovaciones sociales.

Con un fuerte componente generacional, protagonizadas, entre otros, por aquellos ya-no-tan-jóvenes excluidos de los sistemas de toma de decisiones, aparecen iniciativas urbanas que buscan llenar huecos que la administración deja vacíos y mejorar las ciudades con el derecho percibido de hacerlo. Urbanismo tácticourbanismo punk, urbanismo emergente o urbanismo participativo. Muchas de esas prácticas recuperan el carácter multidisciplinar del urbanismo, olvidado prácticamente desde los años ochenta. Devuelven un rol central al ciudadano, como usuario de la ciudad, para quien la capacidad técnica debe ser un servicio. No es mi intención infravalorar esos procesos, los que escribimos en este blog y los integrantes de nuestras redes de trabajo somos parte activa de ellos, pero me parece importante hacer tres matizaciones.

En primer lugar, no estamos inventando nada nuevo. En los cincuenta y sesenta, el ensayo ‘Non-plan’ de Peter Hall et al. (1969), las lúcidas interpretaciones sobre el funcionamiento de las ciudades de Jane Jacobs (1961), la reflexión sobre la importancia de los espacios y la esfera pública de Hannah Arendt (1958) y Jurgen Habermas (1962), el advocacy planning de Paul Davidoff (1965) que bien explican Marc Martí y Albert Arias en la Trama Urbana y un etcétera infinito de pensamiento, han coincidido en detectar la importancia del espacio compartido, la relevancia política de la ciudad y la centralidad de sus habitantes. Todo ello unido al diagnóstico de que la planificación urbana ha ido produciendo, con el paso de los años, entornos menos habitables a medida que se iban incrementando los conocimientos técnicos. Por eso es urgente volver a los maestros y cuestionarlos, explicar y entender por qué cuando los diagnósticos están sobre la mesa, las administraciones y los técnicos siguen (seguimos) cometiendo los mismos errores década tras década.

En segundo lugar, si queremos transformar las ciudades en profundidad no podemos seguir refugiándonos en conceptos nicho y actitudes puristas, en apuestas altermundistas que no definen cuál es la alternativa. Estamos cansados de oír anunciar el cambio de paradigma cuando no se sabe muy bien que hay después. Me parece urgente abandonar la vocación underground y expresarnos con terminologías y diagnósticos accesibles. ¿No es el ciudadano el principal protagonista del urbanismo?

En tercer lugar, no podemos esperar que mejoras urbanas tácticas y transitorias solucionen los problemas importantes de nuestras ciudades. Al final, le estamos haciendo el juego a un estado sumergido que abre grietas donde entretenernos; dejando las habitaciones oscuras y los pasillos libres, otra vez y como siempre, para negocios más lucrativos, para que funcionen como vasos comunicantes entre poderes. Podemos distraernos activando solares con cuatro duros, mientras se redefine, a expensas de nuestras iniciativas espontáneas, la estructura productiva de nuestras ciudades. No es urbanismo táctico, es urbanismo precario; una solución efímera, un parche. Un parche del que podemos aprender mucho, sin duda con un valor transformador inmenso, pero un parche al fin y al cabo. Un divertimento mientras se toman las decisiones importantes a nuestras espaldas.

No nos queda otra que subir de escala, recuperar la política, no sólo para que ese nuevo urbanismo punk, emergente, participativo y transformador sea una actividad de futuro, también para no cometer los errores del pasado, para hacer factible aquello que llevamos medio siglo predicando.
Ramon Marrades es economista urbano y emprendedor social. Es investigador en Econcult, la Unidad de Investigacion en Economía de la Cultura de la Universidad de Valencia, y miembro fundador de la plataforma internacional de jóvenes urbanistas Urbego. Su trabajo, que le ha llevado a una decena de países, se encuentra en la intersección entre la economía y la planificación urbana en forma de investigación, formación, emprendimiento y consultoría.

28 de novembre del 2013

'mi ciudad, a la venta'

martes 8 de octubre de 2013
publicado en Una nueva pedagogía por Andrés Martínez


A menudo despreciamos la capacidad que tiene la arquitectura de hacer política. Quizás es sólo debido a que es un discurso que se otorgan, casi en exclusiva, una serie de arquitectos a los que, en mi modesta opinión, no vemos hacer ni lo primero (política), ni lo segundo (arquitectura). No voy a ser yo el que desmonte ese castillo de naipes que flota en torno a los proyectos curatoriales, loshappenings, o las instalaciones efímeras: para eso ya está el gran Fredy Massad (FM), que no deja pie con bola al escribir, por ejemplo, De esta manera no, Motivos personales, o La desobediencia debida.


Pescado recién descargado en el muelle de Baleares (foto cortesía PF, Otoño13)

Nunca frívolo, siempre serio, a cada vez valiéndose de un arsenal de argumentos, FM destripa como un cirujano las trampas de esa aparente modernidad que se esconde detrás del cascarón, y que no denota otra cosa que las últimas bocanadas de una cultura dirigista, dirigida, y de falsa rebeldía. Defiende, frente a ello, la seriedad de la crítica (como la que él practica) como parte complementaria e indisociable de la práctica y cultura arquitectónicas. Simpatizo y disfruto con él y sus polémicas, que me recuerdan a algunas de las más sonadas que tuvo el también grande Ignacio Echevarría con escritores contemporáneos de dudoso talento (desde luego menor que el suyo), y siempre en defensa de la importancia de la crítica; en su caso, la literaria.

Yo creo que política se hace no con happenings ingeniosos encerrados en salas de exposición y dedicados a llamar la atención de los focos, sino, como casi todo en nuestra profesión, saliendo a la calle, y mediante el hecho construido: ya quiera decir esto ensamblar materiales en una fachada orientada a mar, o abrir una calle nueva en un casco antiguo denso e infecto...

Cuento todo esto porque he asistido muy contento a la polvareda de discusiones que ha levantado entre nuestros alumnos un enunciado, el de este curso, que tomamos en sus inicios como bastante inocuo: la recuperación y transformación, para potenciar su uso original (la pesca, y todo lo que gravita en torno a ella) del viejo muelle de Baleares del puerto de Barcelona. Un muelle que resulta estar, para su fortuna y desgracia, en el epicentro de todas las fuerzas de destrucción que pesan sobre esta ciudad, y es buen testigo del duelo que, a pesar de muchos, consigue mantener contra los intentos de expolio a manos privadas, de convertirla en un monocultivo turístico.

Dudábamos de la capacidad de un puñado de viejos barcos de pesca sin pintar, de una lonja que se cae por el óxido, o de una pila de cajas de pescado azul apresado al amanecer, de plantar cara a los planes (vergonzosos) de convertir el puerto antiguo en una sucesión de marinas de lujo para atracar yates de multimillonarios (la última fase, ésta de la Bocana Norte). Tampoco estábamos seguros sobre si incorporar al muelle el flujo de turistas que podrían llegar prolongando la Rambla de Mar acabaría definitivamente con su esencia (mantenida hasta hoy sólo por su condición de península aislada) o podía servir de excusa para recuperarlo como el espacio de contacto con el puerto que le falta a su barrio de toda la vida: la Barceloneta.

Tras mucho debate, parece que se impone la idea de que no todo está perdido en la lucha contra esos intereses anti-ciudadanos (sólo el hecho de que se plantee la duda, ¿no nos dice ya lo grave que es la situación?) y que como arquitectos tenemos mucho que decir, y bastante que proponer, para que esta tendencia se invierta. Porque, ¿no es todo, al fin y al cabo, política? ¿No ha llegado nuestro momento —como profesionales; pero también como ciudadanos— de usurpar el debate político (que nunca debimos perder) a una casta (gigante en su tamaño) que sólo vela por sus intereses y los de quienes les financian? ¿A una cultura afin que no hace más que bailar a su ritmo?