Me lleva al alto del Singuerlín (¡vaya sitio!) la segunda parte del proyecto Archivo de la Memoria Geográfica, colaboración encargada por el grupo de investigación Paisaje y Territorio a través de la FUAM. Si la primera la dediqué a analizar la consolidación de los barrios periféricos de Madrid en los últimos 40 años a través de la mirada del arquitecto y urbanista José M. Sarandeses (JMS: Madrid, 1940-2003), esta segunda me ha permitido (una vez acabada, a finales de 2013, y previa a su rodadura dentro de un programa de investigación competitiva) entender las dinámicas de transformación de Barcelona y su entorno inmediato, en esas mismas cuatro décadas, y mediante la del geógrafo Rafael Mas (RM: Barcelona, 1950 - Madrid, 2003). Como en el caso anterior, se trataba de recuperar algunas diapositivas de su colección fotográfica personal, para volver a visitar los emplazamientos que él fotografió en su día y (a través de la toma actual y de su cotejo con la original) ver en qué ha cambiado la ciudad, y cuánto de lo ocurrido estaba ya latente en la intención original del autor.
En el Singuerlín, mirando al mar: detrás del fotógrafo, los bloques de colores (Foto AM, Dic13)
El trabajo, aunque por momentos difícil (tanto en lo práctico como en lo emocional) ha sido una experiencia muy gratificante, y por tres razones. Primero, por descubrir sitios insólitos, como es el caso de esta loma pelada de la sierra de la Marina, última estribación de la litoral catalana antes de la depresión del Besòs, que visité en una mañana de invierno de aire transparente y luz mágica. Un lugar que un amigo describe, no sin razón, como casi onírico... y eso que él sólo ha mirado sus ristras de bloques de colores desde el nudo de la Trinitat, antes de enfilar la autopista de Francia. Es, creo, el único sitio de esta costa en que se puede disfrutar de una perspectiva completamente panorámica, que por puntos llega a alcanzar los 360º: primero, hacia Poniente y del Montseny, vemos Montcada i Reixac dividido en dos por las infraestructuras de transporte, luego los grandes núcleos del Vallès, detrás el macizo de La Mola; girando la vista y de frente, la Sierra de Collserola desde su lado más pobre (donde las casas autoconstruidas se confunden con matorrales y chumberas, por encima de Trinitat Vella), y, a medida que sube en cota, con sus hitos del Tibidabo y la torre de Foster; también, hacia el Sur y detrás del meandro del río, el llano entero de Barcelona, que se cierra con Montjuïc, detrás del que se adivina el Garraf; hacia el Norte la costa larguísima del Maresme; por último y mirando a Levante, en descenso desde la montaña al mar, Santa Coloma, Sant Adrià y Badalona con las tres chimeneas de la térmica: hoy un continuo edificado, tanto entre ellos como respecto a la metrópoli, de la que sólo separa el ancho cauce del Besòs.
El trabajo, aunque por momentos difícil (tanto en lo práctico como en lo emocional) ha sido una experiencia muy gratificante, y por tres razones. Primero, por descubrir sitios insólitos, como es el caso de esta loma pelada de la sierra de la Marina, última estribación de la litoral catalana antes de la depresión del Besòs, que visité en una mañana de invierno de aire transparente y luz mágica. Un lugar que un amigo describe, no sin razón, como casi onírico... y eso que él sólo ha mirado sus ristras de bloques de colores desde el nudo de la Trinitat, antes de enfilar la autopista de Francia. Es, creo, el único sitio de esta costa en que se puede disfrutar de una perspectiva completamente panorámica, que por puntos llega a alcanzar los 360º: primero, hacia Poniente y del Montseny, vemos Montcada i Reixac dividido en dos por las infraestructuras de transporte, luego los grandes núcleos del Vallès, detrás el macizo de La Mola; girando la vista y de frente, la Sierra de Collserola desde su lado más pobre (donde las casas autoconstruidas se confunden con matorrales y chumberas, por encima de Trinitat Vella), y, a medida que sube en cota, con sus hitos del Tibidabo y la torre de Foster; también, hacia el Sur y detrás del meandro del río, el llano entero de Barcelona, que se cierra con Montjuïc, detrás del que se adivina el Garraf; hacia el Norte la costa larguísima del Maresme; por último y mirando a Levante, en descenso desde la montaña al mar, Santa Coloma, Sant Adrià y Badalona con las tres chimeneas de la térmica: hoy un continuo edificado, tanto entre ellos como respecto a la metrópoli, de la que sólo separa el ancho cauce del Besòs.