El País, 06 de diciembre de 2013
¿Dónde se sientan ustedes cuando quieren tomar un poco el fresco -o el sol por estas fechas-? ¿Dónde, cuando tienen un rato para ver pasar a la gente? ¿O los coches…? Cada vez resulta más difícil quedarse en la calle. Se complica algo tan simple como sentarse a disfrutar de casi nada en el centro de las grandes ciudades. Las calles se han convertido en un lugar de paso. Es incómodo y difícil quedarse un rato en una plaza, junto a una acera, o al lado de una fuente, a menos que uno esté dispuesto a pagar por ello y decida sentarse en una terraza. Con pocos bancos, los bordes de las fuentes públicas y los alféizares de los escaparates decorados con las alambradas que impiden que nadie se queda allí y decoran la ciudad con una desesperanzadora falta de civismo, cada vez es más difícil permanecer en la calle por el gusto de disfrutar de un rato de sol.
¿Dónde se sientan ustedes cuando quieren tomar un poco el fresco -o el sol por estas fechas-? ¿Dónde, cuando tienen un rato para ver pasar a la gente? ¿O los coches…? Cada vez resulta más difícil quedarse en la calle. Se complica algo tan simple como sentarse a disfrutar de casi nada en el centro de las grandes ciudades. Las calles se han convertido en un lugar de paso. Es incómodo y difícil quedarse un rato en una plaza, junto a una acera, o al lado de una fuente, a menos que uno esté dispuesto a pagar por ello y decida sentarse en una terraza. Con pocos bancos, los bordes de las fuentes públicas y los alféizares de los escaparates decorados con las alambradas que impiden que nadie se queda allí y decoran la ciudad con una desesperanzadora falta de civismo, cada vez es más difícil permanecer en la calle por el gusto de disfrutar de un rato de sol.
Ciudad satélite de Vällingby, (Estocolmo), 1954 de Sven Backström y Leif Reinius. FOTO: Sune Sundahl, The Swedish Museum of Architecture’s collection
Merece la pena tener cuidado con las pequeñas decisiones. Cuando el castigo es desproporcionado el educador se vuelve opresor y la intolerancia se confunde con autoridad. ¿Qué pensarían ustedes de un padre que pasea a su hijo pequeño –e ineducado- con un bozal y agarrado a una correa? ¿Quién tendría peor educación? Algo así sienten muchos ciudadanos, y muchos turistas, cuando no puden sentarse alrededor de las fuentes de la plaza del Sol, el los escalones de una iglesia o junto al escaparate de una tienda de lujo porque hierros retorcidos le indican que allí no es bienvenido.
Esta imagen de 1954 de la ciudad dormitorio de Vällingby al noreste de Estocolmo deja ver lo contrario. Un chapuzón en un día de sol. Una fuente junto al metro en la que poder sentarse y convivir. Ni los niños bañistas mojan a las señoras que descansan ni estas tienen que defenderse del agua que salpican los chavales. La fuente, ideada por los arquitectos Sven Backström y Leif Reinius, explica con sencillez cómo pude ser la mejor convivencia: tranquila. La imagen, incluida en el Atlas de la arquitectura del siglo XX que acaba de publicar la editorial Phaidon explica que el mantenimiento de los edificios empieza cuando estos son necesarios, comprendidos, utilizados y agradecidos por los vecinos.
La inclusión de imágenes como esta en un compendio que repasa la arquitectura del siglo pasado advierte también de ese peligro actual: la pérdida de lo que dábamos por hecho: el espacio público es cada vez menos público. Los peatones, y no los coches, hacen la calle. Los mejores urbanistas no olvidan ese principio básico. Y el sueco Sven Markelius empujó a los autores de esta ciudad dormitorio a jugar con densidades, vegetación y arquitectura para conseguir ofrecer un marco cómodo y digno en el que combinar un A,B,C (Arbete-Bostad-Centrum) -trabajo, vivienda y centro-, esencial de toda ciudad que desee vivir con tranquilidad.
(Anatxu Zabalbeascoa, "Perder lo que es de todos (y 3)")
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