(Ministerio de Vivienda, septiembre 2010).
En nuestras calles abundan elementos poco domésticos, como el asfalto, los coches, cierto tipo de farolas o señales de tráfico. Es el lenguaje propio de una infraestructura. Domesticar la calle significa alejarla de esta configuración de infraestructura y acercarla, mediante elementos y actividades, a su condición de lugar, asumiendo toda la complejidad que ello supone y que no puede reducirse a una simple fórmula de peatonalización. Si domesticar proviene de domus –casa en latín– podríamos decir que una ‘calle domesticada’ es aquella en la que uno se siente y actúa ‘como en casa’. Para ello, es esencial que la calle pueda incrementar el roce mutuo que ejerce sobre las personas para que éstas tengan la posibilidad de arraigar en ella y el espacio urbano se contamine de su presencia y su actividad social.
Algunas pruebas piloto como la que, en 2009, convirtió Times Square de Nueva York en una playa de hamacas durante los fines de semana, apuntan en esa dirección e invitan a utilizar nuestras calles, incluso las más transitadas, al margen de la disciplina que impone la circulación.
Nos hemos fijado en que muchos de los usos que pueden desarrollarse en la calle y muchas de las formas de utilizarla son y pueden ser temporales. ¿Qué sentido tiene condicionar el espacio público a unos pocos usos permanentes cuando podemos compatibilizar, mediante horarios, muchos otros usos? Del mismo modo que los semáforos regulan intermitentemente el paso de vehículos y personas, otros mecanismos similares podrían regular el uso de la calle por horas, estaciones, jornadas, o fines de semana.
La supresión de elementos en la calle nevada de Van Eyck nos interesa no por su aspecto visual, sino porque evidencia cuán especializadas están nuestras calles y cuán dependiente de un único uso es su diseño. Rehabitar la calle es también una invitación a reconsiderar el estrecho funcionalismo de los elementos que ocupan el espacio público. La instalación Water is leven (El agua es vida, 2007), realizada en Drachten por el artista holandés Henk Hofstra puede ilustrar esta cuestión. Hofstra pintó una franja azul de un quilómetro en una calle para recordar el trazado de un antiguo canal. En este caso, la calle no tiende a vaciarse sino, al contrario, se llena de color y de información histórica pero, sobre todo, se muestra de forma distinta a la habitual, recordándonos que una simple modificación como ésta altera profundamente la percepción del espacio urbano y, con ello, nos brinda la posibilidad de observarlo como si fuese la primera vez, disponible para ser pensado de nuevo al margen de los convencionalismos.
revisado y editado como capítulo en Rehabitar en nueve episodios
(Lampreave, 2012 [2a ed. 2013]).
calle Enric Granados en Barcelona. a pesar de ser una vía con prioridad para el peatón,
conserva y potencia innecesariamente el carácter de infraestructura especializada.
En nuestras calles abundan elementos poco domésticos, como el asfalto, los coches, cierto tipo de farolas o señales de tráfico. Es el lenguaje propio de una infraestructura. Domesticar la calle significa alejarla de esta configuración de infraestructura y acercarla, mediante elementos y actividades, a su condición de lugar, asumiendo toda la complejidad que ello supone y que no puede reducirse a una simple fórmula de peatonalización. Si domesticar proviene de domus –casa en latín– podríamos decir que una ‘calle domesticada’ es aquella en la que uno se siente y actúa ‘como en casa’. Para ello, es esencial que la calle pueda incrementar el roce mutuo que ejerce sobre las personas para que éstas tengan la posibilidad de arraigar en ella y el espacio urbano se contamine de su presencia y su actividad social.
La arquitectura moderna ha intentado muchas veces mezclar la calle y la casa, pero este viaje se ha hecho sólo en una dirección: la de acercar la calle a la casa. ¿Qué ocurriría si, en lugar de llevar la ciudad a la casa –cuya expresión más poderosa es la rue intérieure propuesta por Le Corbusier– propusiéramos llevar la casa a la calle?
El cierre al tráfico de calles y avenidas los sábados y domingos, las fiestas populares en verano o los mercados ambulantes que se instalan y se desmontan a diario en nuestras ciudades son usos que, a nuestro entender, ya nos están acercando a una forma de usar la calle más doméstica y con mayor capacidad de intervención por parte de los ciudadanos. Rehabitar la calle es promover que éstos y otros usos colectivos encuentren el modo de producirse, utilizando para ello los recursos propios del momento presente sobre la ciudad que hemos heredado.
El cierre al tráfico de calles y avenidas los sábados y domingos, las fiestas populares en verano o los mercados ambulantes que se instalan y se desmontan a diario en nuestras ciudades son usos que, a nuestro entender, ya nos están acercando a una forma de usar la calle más doméstica y con mayor capacidad de intervención por parte de los ciudadanos. Rehabitar la calle es promover que éstos y otros usos colectivos encuentren el modo de producirse, utilizando para ello los recursos propios del momento presente sobre la ciudad que hemos heredado.
Times Square, prueba piloto de cambio de uso temporal, 2009
Nos hemos fijado en que muchos de los usos que pueden desarrollarse en la calle y muchas de las formas de utilizarla son y pueden ser temporales. ¿Qué sentido tiene condicionar el espacio público a unos pocos usos permanentes cuando podemos compatibilizar, mediante horarios, muchos otros usos? Del mismo modo que los semáforos regulan intermitentemente el paso de vehículos y personas, otros mecanismos similares podrían regular el uso de la calle por horas, estaciones, jornadas, o fines de semana.
Aldo van Eyck, calle nevada
Atender a cómo y cuándo usamos la calle es imprescindible para empezar a rehabitarla. Sin embargo, para que esta implantación de usos pueda ser efectiva, cambiante y duradera reclamamos que el diseño sea menos especializado y más genérico, apto por igual para circular que para jugar, o para la venta ambulante o el descanso, para el día a día o para las ocasiones singulares; un espacio público más próximo a la idea que en su momento expresaba Aldo van Eyck a través de una calle nevada. Es entonces cuando sólo se perciben con claridad unos pocos elementos de referencia: árboles, farolas y poco más. Una calle así es un una hoja en blanco, un espacio sin atributos que permite utilizarlo como queramos, listo para acoger cualquier actividad. Deberíamos preguntarnos si todo lo demás no es superfluo.
Atender a cómo y cuándo usamos la calle es imprescindible para empezar a rehabitarla. Sin embargo, para que esta implantación de usos pueda ser efectiva, cambiante y duradera reclamamos que el diseño sea menos especializado y más genérico, apto por igual para circular que para jugar, o para la venta ambulante o el descanso, para el día a día o para las ocasiones singulares; un espacio público más próximo a la idea que en su momento expresaba Aldo van Eyck a través de una calle nevada. Es entonces cuando sólo se perciben con claridad unos pocos elementos de referencia: árboles, farolas y poco más. Una calle así es un una hoja en blanco, un espacio sin atributos que permite utilizarlo como queramos, listo para acoger cualquier actividad. Deberíamos preguntarnos si todo lo demás no es superfluo.
Henk Hofstra, Water is Leven, 2007
La supresión de elementos en la calle nevada de Van Eyck nos interesa no por su aspecto visual, sino porque evidencia cuán especializadas están nuestras calles y cuán dependiente de un único uso es su diseño. Rehabitar la calle es también una invitación a reconsiderar el estrecho funcionalismo de los elementos que ocupan el espacio público. La instalación Water is leven (El agua es vida, 2007), realizada en Drachten por el artista holandés Henk Hofstra puede ilustrar esta cuestión. Hofstra pintó una franja azul de un quilómetro en una calle para recordar el trazado de un antiguo canal. En este caso, la calle no tiende a vaciarse sino, al contrario, se llena de color y de información histórica pero, sobre todo, se muestra de forma distinta a la habitual, recordándonos que una simple modificación como ésta altera profundamente la percepción del espacio urbano y, con ello, nos brinda la posibilidad de observarlo como si fuese la primera vez, disponible para ser pensado de nuevo al margen de los convencionalismos.
Federico Fellini, escenas de Roma, 1972
Historia, acciones cotidianas, movimiento… todo cabe en la calle. Las escenas de la película Roma (1972) de Federico Fellini, muestran la noche en las calles de la ciudad en las que conviven el tranvía y los niños jugando, los transeúntes y los comensales de las trattorie populares, como una clara expresión de esta complejidad que encaja y proviene de la forma de utilizar el espacio público propia de la Europa del sur. Proponemos la aceptación sin complejos de un desorden aparente que no es más que la expresión de nuestra convivencia. Y aclaramos: conseguir domesticar la calle no requiere ni demasiadas obras ni demasiados gastos. Antes que las caras y molestas reformas que nos asolan constantemente proponemos realizar algunas pruebas a modo de tanteo. Para desarrollar nuevas experiencias sólo se necesita sentido crítico, voluntad, y un par de conos, quizá, para cortar el tráfico.
En definitiva, calles concebidas como lugares, no sólo como infraestructuras. Calles menos diseñadas, menos reguladas, más flexibles. Del mismo modo que reclamamos flexibilidad en nuestras viviendas, también lo reclamamos para la calle. Calles cuya superficie no debe resultar triturada por la demarcación de usos, calles con pavimentos más igualitarios que permitan un uso social más espontáneo. Calles con obstáculos, con mayor rozamiento con sus paredes, con comercios “nudosos”. Comercios con toldos que protegen a los peatones del sol y de la lluvia y evitan el uso indiscriminado del aire acondicionado. Calles con horarios, que permiten usarse según las horas, según los días y según las estaciones, de distintas maneras. Rehusamos bautizar las calles como peatonales porque todas lo deben ser, o no?
Historia, acciones cotidianas, movimiento… todo cabe en la calle. Las escenas de la película Roma (1972) de Federico Fellini, muestran la noche en las calles de la ciudad en las que conviven el tranvía y los niños jugando, los transeúntes y los comensales de las trattorie populares, como una clara expresión de esta complejidad que encaja y proviene de la forma de utilizar el espacio público propia de la Europa del sur. Proponemos la aceptación sin complejos de un desorden aparente que no es más que la expresión de nuestra convivencia. Y aclaramos: conseguir domesticar la calle no requiere ni demasiadas obras ni demasiados gastos. Antes que las caras y molestas reformas que nos asolan constantemente proponemos realizar algunas pruebas a modo de tanteo. Para desarrollar nuevas experiencias sólo se necesita sentido crítico, voluntad, y un par de conos, quizá, para cortar el tráfico.
En definitiva, calles concebidas como lugares, no sólo como infraestructuras. Calles menos diseñadas, menos reguladas, más flexibles. Del mismo modo que reclamamos flexibilidad en nuestras viviendas, también lo reclamamos para la calle. Calles cuya superficie no debe resultar triturada por la demarcación de usos, calles con pavimentos más igualitarios que permitan un uso social más espontáneo. Calles con obstáculos, con mayor rozamiento con sus paredes, con comercios “nudosos”. Comercios con toldos que protegen a los peatones del sol y de la lluvia y evitan el uso indiscriminado del aire acondicionado. Calles con horarios, que permiten usarse según las horas, según los días y según las estaciones, de distintas maneras. Rehusamos bautizar las calles como peatonales porque todas lo deben ser, o no?
(c) Habitar grupo de investigación (SGR 2014/472)